Correr Definitivamente no es de Cobardes

Correr Definitivamente no es de Cobardes

17 noviembre 2008

Kilómetro 3

Todavía hay poca gente en las calles viéndonos pasar porque es temprano. Los señores mayores pasean a sus perros y nos miran con cierta extrañeza, incluso con lástima. “pobre gente – deben de pensar- con lo bien que se está por aquí dando una vuelta. De verdad que los hay raros …”

Yo sigo a lo mío. Parece que voy alcanzando mi velocidad de crucero porque la respiración ya no es tan agitada como en los primeros metros y el corazón late con cierta tranquilidad. Todavía voy repasando mentalmente los pequeños detalles que, si se descuidan, pueden traer problemas más adelante: noto cómodas las zapatillas, ni muy apretadas, ni muy sueltas; también los calcetines están bien puestos, no noto ninguna arruga ni ningún roce que pueda provocar ampollas o quemaduras; voy de vaselina hasta las cejas, para evitar roces en cualquier parte sensible de mi cuerpo; y corro con soltura, sin ningún tipo de agarrotamiento. ¡Perfecto! Mi ordenador de a bordo me dice que todo está en orden.

Los edificios altos siguen permitiendo que corramos por zona de sombra, y eso se agradece. Pero entre que el sol sube inexorablemente y que la zona de edificios toca a su fin, todos somos conscientes de que nos queda poco frescor matutino.

- ¡Qué gozada es correr así! Que pena que se nos acabe enseguida.
- Para el año que viene, hay que pedirle a la organización que nos ponga un toldo a lo largo de todo el recorrido.
- O que monten un maratón en pista cubierta
- Y con aire acondicionado
- Eso.


Las conversaciones entre atletas son muy habituales. Y no solo entre amigos y conocidos que vayan corriendo juntos, sino entre personas completamente desconocidas que sencillamente coinciden durante unos Km. Entre tanta gente, es imposible ir solo siquiera durante 200 metros.

- ¿Qué tal vas? – le pregunto a uno que corre con una camiseta de un equipo de Teruel.
- De momento, bien.
- ¿A por qué marca vas?
- Quiero hacer 3:15, pero va a ser difícil por el calor.
- Ya, a ver qué pasa.
- Además he llegado de Teruel esta misma mañana, porque no pude venir ayer, y me he levantado a las 4 de la mañana, así que no sé cómo me voy a encontrar dentro de un rato.
- ¡Qué moral!
- ¿Y tú a porqué vas?
- Si hago 3:45 voy que me mato
- Sí, hombre, ¿Porqué no?
- No sé si es un poco ambicioso para lo que he entrenado.


KILÓMETRO 3

- Bueno, ya llevamos tres – le digo al turolense
- Hala, con calma. Hasta luego – me contesta, y cambia de ritmo.
Ni me molesto en intentar seguirle, va muy deprisa para mi.


REFLEXIÓN 4

La gente corre que se las pela. Tengo 29 años, entreno como un animal cientos y cientos de Km al año, me cuido al máximo, no conozco en mi entorno a prácticamente nadie que haga algo parecido … Pero luego llego aquí y sé que más de 2000 personas van a llegar por delante de mi a la meta.

A veces me parece curioso, casi divertido; otras veces me resulta frustrante ¿Cómo es posible? Me considero un deportista nato, un corredor sufrido y esforzado, un machaca en el más castizo de los sentidos. Pero me ganan miles de personas.

El turolense podría ser mi padre por edad. Además, es más bajito, aunque debe pesar 10kilos más que yo. Cualquiera que nos viera juntos no tendría la menor duda si tuviera que apostar por uno o por otro: el chaval es un tipo atlético, con muy buena planta; el señor se cuida, pero se le ve un poco fondón; me juego el sueldo por el chaval. Pues el avezado apostante perdería el suelo, porque resulta que es más rápido el señor; y además con cerca de media hora de ventaja. Casi nada.

Y si me voy al caso extremo, me toca compararme con el keniata que va a ganar la carrera: Kipketer o Kipkramer o como se llame. A pesar de mi concienzudo entrenamiento, el keniata me va a sacar … una hora y media. Es cierto que el tío es todo fibra, que cuando corre prácticamente no toca el suelo-que va volando, vamos- y que entrena 10 veces más que yo. Pero me sigue resultando desalentador que cuando yo llegue a la meta, él habrá recogido el trofeo, se habrá duchado, habrá comido y seguramente esté durmiendo la siesta.

Cuando mis amigos, que no tienen ni idea de esto, me preguntan sobre mi calidad de corredor, me resulta difícil explicarles que mi objetivo es mejorar mi marca. “Pero llegarás entre los 20 primeros – me dicen - . Con lo que tú corres …” No exactamente; en mi caso no es el puesto lo que cuenta. Ya digo que yo voy a por marca personal. Pero no hay manera de que lo entiendan, y las preguntas se suceden: “Pero ¿Cuánto tiempo aguantas el ritmo del ganador? ¿Hasta la mitad de la carrera, por ejemplo?” “Pues no, en realidad al ganador no le veo en ningún momento. Bueno, sí, al día siguiente en la foto del periódico. Yo llego una hora y media después.” Pero en lugar de conseguir que entiendan cuál es la situación, me encuentro con la más absoluta de las incomprensiones. “Entonces, ¿para qué coño corres? Qué matao, no?”.

Para consolarme, a veces miro en revistas especializadas las marcas que se hacían en maratón hace 100 años; y me doy cuenta de que mis tiempos sí habrían sido interesantes en aquella época.

Resumiendo: no es que yo sea malo; es que nací 100 años más tarde.

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